25.10.07

Amos Oz
“La literatura consiste en invitar a los muertos a tomar café” *



Mañana, Amos Oz recogerá en Oviedo el Premio Príncipe de Asturias de las letras. El Jurado quiso reconocer su contribución a “hacer de la lengua hebrea un brillante instrumento para el arte literario” así como su “defensa de la paz” y la denuncia “de todas las expresiones del fanatismo”. El autor de Una historia de amor y oscuridad, Mi querido Mijael o Fima, que se reedita 20 años después de su aparición, habló con El Cultural sobre su forma de concebir la literatura, el compromiso con su idioma o el conflicto israelí.

Quizá ha sido el mismo destino escurridizo que no quiso que el padre de Amos Oz (Jerusalén, 1939) obtuviera jamás una más que merecida cátedra el que ha dispuesto que su hijo, Amos, disfrute de un igualmente ganado reconocimiento universal (sin contar que es también catedrático de Hebreo Moderno en la Universidad Beer-Sheva). Oz brilla hoy como la voz literaria más potente de Israel, sus libros han sido traducidos a más de 25 idiomas y sus opiniones ejercen una gran influencia. Testigo de excepción por su lucidez y compromiso de la historia de un país en el que vio la luz pero no existió como tal hasta ocho años después, cuando la ONU decretó su nacimiento. Es uno de los hechos históricos descritos en primera persona en la monumental Una historia de amor y oscuridad (2003), autobiografía conside- rada la obra capital de su narrativa como lo es Contra el fanatismo (2003) de su producción ensayística. En una conversación con El Cultural Oz habló sobre las claves de su obra y vida, muchas veces al hilo de la recién reeditada Fima, novela que escribió en 1989. Protagonizada por un cincuentón caótico, obsesionado con la política y gran seductor, es uno de sus libros más emblemáticos.

– Tres años después de recoger el Premi Internacional de Catalunya vuelve a España para recoger otro galardón, el Príncipe de Asturias. ¿Se siente ligado a la cultura española?
– Siempre he sentido un amor profundo por España e Hispanoamérica. Desgraciadamente no hablo su lengua, pero he leído todo lo que se ha traducido al hebreo. Me siento muy próximo a la literatura hispánica porque tiene una mezcla de humor, tragedia, calidez y transparencia, a veces incluso en el mismo párrafo. Esa combinación entre comedia y drama está muy cerca de mi forma de ver el mundo y también he querido reflejarla en mis libros. Al fin y al cabo, son dos ventanas desde las que observar el mismo paisaje.

Atrapado por la política
– Su visita coincide con la reedición de Fima, casi veinte años después de que usted la escribiera. ¿La tiene muy presente?
– Sí, desde luego. El de Fima es un personaje por el que siempre he sentido una gran simpatía. Aunque sea un desastre, hay una gran dulzura en su vida. Nada puede frustrarle sus ganas de vivir. Me gustó mucho escribir esa novela y desde entonces he tenido a Fima muy cerca de mi corazón.

– Es una novela con muchos elementos característicos de su obra. Por ejemplo, el tema político. ¿Está usted de acuerdo con ese Fima que acusa a la derecha israelí de aprovecharse del Holocausto o incluso compara la actuación del Estado judío con la Alemania nazi?
– Yo sabía que mucha gente se iba a enfadar por esas opiniones. Por supuesto, hubo quien me acusó de utilizar al personaje para decir lo que realmente pensaba. La novela fue un gran éxito de ventas en Israel y, aunque suene ridículo, sé que hay muchas personas que la leyeron sólo para enfadarse conmigo. Yo no comparto muchos puntos de vista de Fima, pero hay algo en ellos que me resulta muy atractivo, que despierta en mí una enorme simpatía. Está relacionado con su propia personalidad. Fima es como un niño, tiene esa inocencia que también le procura mucho éxito con las mujeres.

– Como es habitual en sus novelas, los personajes son lo más importante. ¿Comparte el anhelo de Flaubert de escribir una novela sobre “nada”, sin argumento?
– Cuando hago ficción, escribo sobre personas, no sobre ideas. Pero que los personajes sean lo esencial de la narrativa no significa que me disgusten las tramas. Al contrario, disfruto mucho con ellas y creo que al lector también le gustan.

– Usted ha dicho que escribe las novelas con una mano y los ensayos con la otra. ¿Tanta diferencia impone un género de otro?
– Cada vez que estoy de acuerdo conmigo mismo al cien por cien, entonces escribo un artículo y le digo al Gobierno que se vaya al infierno. Cuando comienzo a dudar de lo que pienso, entonces me pongo a escribir una novela. La ficción te permite ser más ambiguo, acercarte a la verdad de una forma indirecta, con pequeñas aproximaciones.

– La ficción también permite volar a mundos imaginados. ¿Se siente próximo a ese Fima que tiene problemas para distinguir entre la realidad y la ensoñación?
– Yo soy muy diferente de Fima. Debe quedar claro no sólo eso, sino que tampoco he pretendido hacer ninguna metáfora con él. Aunque es cierto que yo siento esa dualidad entre el mundo de la imaginación y la realidad física. Ambas dimensiones me pertenecen a mí y yo les pertenezco a ellas. Lo mejor es poder pasar de una a otra, hago ese viaje continuamente. Cuando estoy en un lado, en seguida quiero ir al otro.

La edad del compromiso
Oz comenzó su andadura literaria en los 60, mientras vivía en el kibutz de Huda, en el que se instaló tras independizarse de su padre siendo un adolescente y de donde no se movería durante más de 30 años. En esa década ya publicó obras capitales como Donde aúllan los chacales (1965) o Mi querido Mijael (1968). Desde entonces ha desplegado una actividad incesante jalonada por otras obras suyas como La colina del mal consejo (1976), No digas noche (1994) o Una pantera en el sotano (1995) a las que habría que añadir las ya mencionadas y los cientos de artículos periodísticos. Hijo de una familia de intelectuales y profundamente marcado por el suicidio de su madre cuando él tenía doce años, fue uno de los fundadores del movimiento Paz Ahora, creado en 1978 por miembros del Ejército israelí en la reserva. Como militar participó en la Guerra de los Seis Días (1967) y del Yom Kippur (1973).
– De una forma u otra, siempre está presente el personaje de esa madre ausente, muerta de forma prematura mientras el protagonista es un niño. En Fima se llama Carla, que en hebro significa “está frío”. Esa madre cobra un protagonismo estelar en Una historia de amor...
– Para mí, la literatura consiste en invitar a los muertos a tomar café en mi casa para hablar con ellos. Es una forma de comunicar con los tiempos que se fueron, con los que ya no están aquí. Esa sensación la tuve de una forma más fuerte, claro está, cuando escribí Una historia..., pero puede aplicarse a mi forma de ver la literatura en su conjunto.

– La niñez como etapa fundamental en la vida, marcada casi siempre por una tragedia que afectará al adulto de forma profunda. ¿Cree que los artistas están más cerca de la infancia por su propio trabajo?
– Todos podemos tener un niño dentro, sólo que algunos optan por matarlo y otros preferimos mantenerlo vivo. En mi caso, mi actividad literaria está claramente conectada con la infancia. Para empezar, están las historias que mi madre me contaba cuando era pequeño, esas narraciones truculentas, góticas y extrañas, en absoluto adecuadas para un niño como el que yo era. Esos relatos son los que me han impresionado y marcado de una forma más profunda. Ése es un regalo que me hizo mi madre.

– No sólo su madre. En Fima, también parece que hay ecos de ese padre suyo con incontinencia verbal.
– Mi padre no fue la inspiración para Fima en absoluto. Hay una diferencia fundamental entre ambos, mi padre hablaba mucho porque sentía un pánico absoluto hacia el silencio. Sin embargo, en el caso de Fima forma parte de su carácter exuberante. No hay tensión en ello, más bien al contrario, seducción.

– Y de nuevo, hombres que aman a las mujeres. Como su abuelo.
– Sí, desde luego. Tanto Fima como mi abuelo son hommes à femmes. Hombres que tienen la capacidad de seducir a las féminas. Pero en este caso también hay una diferencia fundamental entre ambos. Mi abuelo era un hombre muy rígido para determinados temas, sin ningún sentido del humor y Fima sí lo tiene, es incluso autoparódico.

– El sentido del humor, tan importante en su obra y en su forma de pensar. Usted lo propone como antídoto en Contra el fanatismo.
– Nunca he conocido a nadie que sepa reírse de sí mismo que sea un fanático. Si el sentido del humor se pudiera vender en cápsulas, se arreglarían muy rápidamente la mayoría de problemas en el mundo. Daría un brazo por inventar esas pastillas y ganar con ello el premio Nobel de medicina, no el de literatura. No me fío de esa gente que camina como un signo de exclamación.

Un maravilloso instrumento
– Otra constante, Jerusalén, descrita como una “ciudad manicomio”. Usted nació allí pero vive en Arad, un pueblo pequeño. ¿Se fue huyendo de ese “síndrome de Jerusalén” por el que sus habitantes se vuelven mesiánicos?
– Nunca he tenido ninguna voluntad de convertirme en profeta. A Fima, el pobre, le ha tocado ser el profeta de los taxistas, algo es algo. Es una ciudad muy curiosa llena de intelectuales, mesías y redentores. En el pueblo donde vivo, Arad, todos me conocen y ese tipo de oropeles parecen muy lejanos.

– ¿Y son sus intelectuales “histéricos y llorones” como dice el protagonista?
– Eso no es más que un tópico.

– En Fima no sólo sus ideas son polémicas. También su concepción del aborto. Un tema muy presente pero en cuya polémica no entra.
– Porque, efectivamente, no es una novela sobre el aborto sino sobre la relación de un hombre con el sexo contrario. En este sentido, para Fima el aborto es un favor que se le hace a las mujeres, porque las liberan de cualquier elemento masculino, que detesta. Su forma de ver este asunto es lo que explica la esencia de su personalidad.

– ¿Qué retos y ventajas le reporta escribir en hebreo, una lengua que casi no se utilizaba fuera de la religión hasta la creación del Estado de Israel en 1948?
– Como escritor, el hebreo es el mayor regalo que habría podido recibir. Es un maravilloso instrumento musical sobre el que componer. Siento que hay un paralelismo con los escritores en inglés durante la época isabelina, cuando se encontraron un idioma todavía sin formar del todo y que podían explotar al máximo con su imaginación. Me gusta porque no está solidificado y eso me da un gran margen de libertad. Siento la misma relación con mi idioma que un amante desbocado, es como un volcán que siempre está a punto de erupción.

– Usted ha dicho recientemente que existe una oportunidad para la paz pero que ésta sólo puede firmarse con la ANP, que sólo controla Cisjordania. ¿No cree que es arriesgado aislar a Gaza de un pacto?
– Ahora hay un liderazgo israelí que está dispuesto a hacer concesiones, a llegar a acuerdos. Y lo mismo sucede en Cisjordania, donde se ha impuesto la moderación. Creo que es obvio que no podemos pactar con Hamás, que sigue preconizando la desaparición de Israel como su objetivo fundamental, y que no por eso debemos perder la oportunidad de pactar con una parte importante de los palestinos. Lo que no quiere decir que no me preocupe lo que sucederá con Gaza.

– Después de tantos años de conflicto entre árabes y judíos, con un desgaste tan enorme, lo lógico es que haya cansancio por ambas partes. ¿Cree que la fatiga puede ser una fuerza para la paz?
– Quizá la principal. La fatiga es un excelente generadora de acuerdos y tratados de paz. No sólo en las guerras entre países, también en nuestra vida cotidiana, en las propias familias. Efectivamente, tanto judíos como árabes estamos exhaustos después de tantos años de conflicto, y esa sensación juega una baza importante a favor del acuerdo. Claro que hay que tener en cuenta que los fanáticos lo son precisamente porque nunca están cansados.

Buscando la fuerza
– Para terminar, usted cambió su apellido por el de Oz, fortaleza. ¿Le ha servido de algo?
– Cuando lo hice realmente necesitaba mucha fuerza para poder emanciparme de mi padre y emprender una nueva vida. Fue una época en la que precisaba coraje y valentía. Pasado el tiempo, soy incapaz de decir si ese nombre tuvo algún efecto, pero entonces yo desde luego pensaba que lo tendría.


Juan SARDÁ