1.10.07

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Fedra
Yannis Ritsos
Traducción de Selma Ancira.
El Acantilado. Barcelona, 2007.
85 pp.

Testimonios II y III.
Traducción de Román Bermejo.
Icaria. Barcelona, 2007.
171 pp.

Tres son los poetas griegos que, en la segunda mitad del pasado siglo, brillaron con luz propia: Yorgos Seferis, Yannis Ritsos y Odiseas Elytis. Dos de ellos –Seferis y Elytis– llegarían a alcanzar el premio Nobel de Literatura. Sin embargo, sólo para Ritsos (1909-1990) tuvo un poeta y maestro precedente, Palamás, estas palabras de reconocimiento pleno: “Nos retiramos para que pases, poeta”. Y es que en la poesía de Ritsos se daba una fuerza y una riqueza torrenciales que la distinguían; también, por su brillo y extensión, de la de los dos anteriormente citados.Entre la cristalina serenidad de los poemas de Seferis y el afán de cambio, vanguardista, de los de Elytis, en Ritsos hay sin más una fidelidad a la palabra que se expresa rotunda y rica. Los tres poetas citados coinciden sustancialmente en una característica común: la fidelidad a la tradición literaria de su país, expresada unas veces en obras ejemplares, otras en nombres o en mitos de todos conocidos, pues no en vano en ellos se hallan las fuentes de nuestra civilización.Se editan ahora entre nosotros dos obras de Ritsos que, sorprendentemente, revelan dos tonos, dos voces. La primera de ellas es la que representa el monólogo Fedra, uno de los varios que este autor dedicó a figuras emblemáticas del pasado griego. Conocíamos ya (y nos fue ofrecido en la antología que de sus versos nos ofreció Papageorgiu en 1979) otro monólogo, el titulado Helena. Ahora sus recursos y dones expresivos son los mismos, lo que varía es el tema que el autor entrama sabiendo mantener siempre el lirismo y la tensión en el desarrollo. Le venía muy bien al temperamento de Ritsos esta forma del monólogo o soliloquio, a través del cuál podía expresar con creces la riqueza desbordada de su inspiración. Para los tres poetas citados no era nada fácil la tarea de asumir y recrear los temas de la tradición literaria de su país sin caer en los tópicos o en los lugares comunes, pero como ya señaló AntonioTovar en su día, precisamente al prologar la tradución de Papageorgiu, universalismo, fecundidad, lirismo y energía se funden en la obra de Ritsos con tal destreza que su interpretación de mitos y arquetipos siempre resultan convincentes. El poeta no hace otra cosa en Fedra que, por la vía de la identificación profunda, asumir aquel tiempo y hacérnoslo regresar con extremada viveza.Sorprende, por ello, ese otro tono que poseen los humildes poemas de Testimonios. Estos textos, más recortados y breves, nacieron muy tempranamente, al tiempo que la memoria poética del creador. El mismo autor es consciente de esta diferencia dentro de sus textos (y, en concreto, dentro de los dos libros que comentamos), al decirnos que en Testimonios no encontramos la “complejidad” que caracteriza a sus grandes poemas, sino que tienen ese carácter lacónico y epigramático que los distingue.No creamos, por ello, que Ritsos renuncia a la inspiración y a la riqueza de lenguaje que le caracteriza, pero ahora busca de manera premeditada la condensación. Logra así una serie de estampas que fijan, sobre todo, la eternidad del instante, la anécdota leve. Por contrastarse con sus largos y retóricos poemas estos “testimonios” poseen el carácter especial de las pequeñas, pero valiosas, gemas.Para ello, el autor deberá renunciar incluso a muchos de los hallazgos que caracterizaban a la mayor parte de su poesía, buscando ese otro tono –“neutro”, nos dice él– que es el que logra eternizar el instante. Pareciera que, por medio de su obra fuerte y brillante, inspiradísima siempre, Ritsos revela un cantor grandilocuente; o épico, cuando la Historia se cruza con su vida. En sus Testimonios, por el contrario, hay mucho de sincero y humilde homenaje del propio autor a su soledad y a la vida. Así, el poeta no hace sino descender significativamente para llegar a donde no llegan sus ricos y extensos soliloquios. Toda la poesía de Ritsos tiene mucho de soliloquio, pero en estos dos libros el monólogo se diversifica, sigue por caminos distintos un curso que siempre conduce al mismo extenso mar de los sentimientos derramados. En la poesía de Ritsos el ser humano clama, tiembla y convence en igual medida, y nos aleja con ello de “la difusa melancolía de la muerte”. Dos libros distintos, en suma, y un grande y verdadero poeta.

Antonio COLINAS