16.5.07

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La leyenda de la generación Beat

Entrevista con Allen Ginsberg

por JEAN-FRANÇOIS DUVAL

¿Cómo se dio, hace cincuenta años, el encuentro entre Kerouac, Burroughs y usted?

Cuando tenía diecisiete años yo estudiaba en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Y en el primer año que pasé ahí, durante el otoño de 1943, conocí a Lucien Carr, un tipo de Saint Louis que era amigo de Burroughs y también conocía a Kerouac. En aquellos días me platicaba que Kerouac era un escritor, “un marinero romántico que escribe poemas”, así que quise conocerlo.

¿Kerouac ya había escrito?

¡Sí, cómo no! Kerouac tenía cuatro años más que yo y había escrito un libro intitulado The Sea Is My Brother que nunca publicó. Una obra de juventud, muy romántica. A pesar de que mi padre también era poeta, además de maestro de escuela, Kerouac fue la primera persona que conocí que se consideraba escritor, se pensaba escritor y consideraba la escritura una vocación sagrada. Eso me impresionó mucho y me llevó a pensar en mí mismo como escritor o poeta, más que cualquier otra cosa.

Poco antes de Kerouac había conocido ya a William Burroughs, quien para entonces tenía veintinueve años. Lucien Carr me llevó a visitarlo en Greenwich Village. Fue inmediatamente después de la Navidad de 1943 y la primera vez que puse un pie en el Village, el barrio bohemio de Nueva York. Recuerdo haber llegado justo en medio de un pleitazo a propósito de una lesbiana y de una bronca entre dos personas, en realidad no me acuerdo muy bien de toda la historia, pero a alguien le habían mordido la oreja, había un reguero de sangre y Burroughs anotaba, citando a Shakespeare: “Tis too starved a subject for my sword” [Es materia demasiado pobre para mi espada]. Era la primera vez que oía citar a Shakespeare con tanto ingenio. Nos hicimos amigos.

¿Era lo que se llama una mala influencia? A su padre le hubiera gustado verlo escribir cierto tipo de versos, pero usted comenzó a escribir otra cosa.

Al cabo de algo así como un año, sí. Para entonces todos habíamos comenzado a probar la mariguana. Mi padre estaba muy preocupado.

¿Sigue tomando mariguana, peyote…?

Peyote no, es muy difícil. La última cosa que probé fue éxtasis, hace algunos años. Fue una muy buena experiencia. Yo tenía un amigo del colegio, un neoconservador, un individuo muy muy a la derecha. Hace mucho tiempo este amigo escribió un artículo en una revista en el que denunciaba a Kerouac como delincuente juvenil, como un tipo que no sabía escribir. Con el paso del tiempo se hizo cada vez más de derecha. Así que para mí se convirtió en un verdadero enemigo: mentalmente me la pasaba discutiendo y peleando con él. Y con mayor razón en tanto él mismo, al principio, también quiso ser poeta, pero era una nulidad… Por mi parte, yo sentía como una humillación el hecho de pelear mentalmente con él, ¡un personaje tan menor, un escritor tan malo! ¿Enojarme con él? ¡Qué vergüenza!

Pasó el tiempo y un día tomé éxtasis. Y de un golpe me puse a pensar en este tipo, en este casi neofascista de manera completamente distinta. Me dije: ¡qué buen cuate! Durante todos estos años ha tenido en mi cabeza el papel de un pequeño dios de la perversidad, se instaló en mi mente como un pequeño diablo familiar, me sirvió de blanco, de receptáculo a todas mis pulsiones agresivas, a todas las furias de mi espíritu, a todas mis rabias; él me sirvió para focalizarlas, me liberó de la angustia, ¡pero cómo podría odiarlo! ¡Me ha prestado un servicio inapreciable durante todo este tiempo!

Y a la mañana siguiente, luego de que volví a la tierra, aún tenía esta nueva percepción de él. Desde entonces, mi actitud para con él ha cambiado por completo. ¿Cómo no estarle agradecido? Por lo demás, todo esto concuerda a la perfección con la práctica del budismo, que enseña la forma de transmutar la energía negativa para hacerla tomar una dirección positiva. ¿Usted no ha probado jamás el éxtasis?

No. Sólo una vez el LSD. Y entonces me topé de frente con el Diablo.

Tuve muchas experiencias con el LSD y la mezcalina. Y bump trips también, como se dice, viajes accidentados. No como esos en los que uno se encuentra cara a cara con el Diablo, pero sí cuando se piensa que uno mismo es el Diablo, o que el Diablo está de nuestro lado, o que Dios va a tragárselo a uno. Hay poemas que relatan este tipo de experiencias particulares. Pero con un poco de vivencia del pensamiento oriental y de los ejercicios búdicos puede desviarse la atención de esas proyecciones diabólicas —puesto que no se trata más que de proyecciones, sin lugar a dudas—, puede disolverse la alucinación concentrándose en su propia respiración para que lo regresen así a la pieza en que se encuentra. Es posible interrumpir estos bump trips si tiene el entrenamiento de meditación apropiado. Así es como después de años de viajes angustiantes pude, alrededor de 1967, consignar en cinco horas un viaje bajo el efecto del LSD, el cual dio Wales Visitation, un poema sobre la respiración de la naturaleza.

¿Y la mariguana?

También puede ser útil, no mientras escribo sino cuando reviso ciertos poemas. Proporciona un ligero cambio de percepción y permite introducir nuevos matices en la lengua.

Bueno, regresemos al quincuagésimo aniversario de la generación Beat.

¡No! ¡No hay quincuagésimo aniversario de la generación Beat! No hay más que los cincuenta años que pasaron desde que conocí a Burroughs y Kerouac. La palabra beat no es más que un estereotipo que nos adosaron; el movimiento Beat es una alucinación psicodélica de los medios. Cada uno de nosotros, los autores, somos escritores independientes, capaces aún de conmover a las generaciones jóvenes: Kerouac por su entusiasmo romántico, Burroughs por su crítica hiperinteligente del Estado policiaco y del control de las mentes, yo por mi inocencia.

La crítica de Burroughs es tanto más actual si se piensa en el éxito de los fundamentalistas de derecha en las elecciones del otoño de 94. El fundamentalismo ha sido siempre un fenómeno del que Burroughs ha estado muy consciente y contra el cual ha prevenido a las generaciones jóvenes. Su influencia es inmensa sobre cantidad de artistas de rock, de Bob Dylan a Kurt Cobain pasando por los Beatles, Blondie y muchos otros. Puede añadirse que desde los años cincuenta existía entre nosotros un fuerte interés por el pensamiento oriental, la meditación budista, que en la actualidad regresa con mucha fuerza.

La influencia de los escritores Beat ha sido en el fondo mucho más grande de lo que se cree por lo general.

Kerouac tuvo un inmenso efecto a uno y otro lado de lo que se llama la cortina de hierro entre los países socialistas y no socialistas de América. Inspiró a los chicos en la poesía, en la poesía oral, en la expresión individual… Gregory Corso, que es menos conocido, tuvo una gran influencia sobre todo lo que concierne a la altura de miras y la apreciación inteligente de las obras de arte. Gary Snyder introdujo preocupaciones de orden ecológico y es una de las cabezas del movimiento poético que ha provocado un interés más amplio en el budismo zen en Estados Unidos. Lo mismo que Philip Whalen, quien hoy en día es un maestro zen de San Francisco.

Usted mismo es budista.

Desde el año de 1950 me interesé intelectualmente en el budismo. Pero la práctica formal del budismo bajo la dirección de un maestro, la práctica de la meditación no la hice hasta 1970. En 1974 con mi maestro Chögyam Trungpa, fundamos el Naropa Institute, en Boulder, Colorado, adonde Burroughs, Corso, Orlovsky, Whalen y otros más han sido invitados a expresarse. Soy asimismo el cofundador de la Jack Kerouac School of Disembodied Poetics en el mismo instituto.

En su habitación pude ver un cojín para la meditación. ¿Practica usted todos los días?

Sí, una forma de meditación sentada. O mantras. O visualizaciones.

A los sesenta y nueve años, ¿sabe usted más de la vida o menos?

Ni más ni menos que lo mismo desde que tengo dieciséis. La meditación budista lo vuelve a uno más cercano a sí mismo.

¿El budismo tiene un vínculo con su poesía?

Sí, con muchos de mis poemas. En la poesía tibetana budista, así como en cierto tipo de poesía china y en los haikús japoneses, existe toda una tradición de composición espontánea. Uno no revisa. O más bien es como en la caligrafía: usted revisa primero mentalmente y después traza los caracteres caligráficos. En poesía es lo mismo: uno prepara su mente y luego escribe con rapidez. Por ejemplo, los últimos poemas de Cosmopolitan Greetings, los que llevan por título American Sentences, son haikús de diecisiete sílabas. Spot Anger comienza por un aforismo directamente inspirado en la tradición tibetana que dice: “Drive all blames into one”, es decir: deja de culpar a los demás, mejor concentra todas tus culpas en uno solo, no culpes a nadie más que a ti —es la única manera de transformarse. En The Charnel Ground (El pudridero) hago uso de un autógrafo de mi maestro Trungpa, que tiene que ver con ese lugar en la orilla del Ganges en el que se queman los cadáveres, con aquel otro en el Tibet donde se quiebran los huesos de los cuerpos para dejárselos como ofrenda a las hienas, los chacales y los buitres. Porque The Charnel Ground es casi la descripción de mi vecindario ¡aquí en el Lower East Side! Dese una vuelta por las cuadras de los alrededores: hay desechos, indigentes, etcétera. Yo veo esos alrededores como una especie de depósito mortuorio. Un sitio donde de pronto pueden ocurrir la compasión y el cambio.

Como budista, ¿piensa usted que reencarnará?

No me interesa, no tengo ninguna idea al respecto. Mi tarea es más bien cómo meditar, aquí y ahora, y cómo situarme con relación a mis propias emociones: la cólera, los celos, el amor…

Y precisamente hablando de amor: ¿siente usted haberlo encontrado?

Sí, he vivido con Peter Orlovsky durante cuarenta años. He tenido más amor del que merecía.

Su poesía también habla mucho de soledad.

Sí, pero ya se sabe, la soledad todo el mundo la siente, con o sin amor. Uno muere en su lecho de muerte y ahí no hay amante que lo acompañe, uno no se lleva más que el infierno. Nuestra conciencia incluye pensamientos muy contradictorios. Es como decía mi maestro William Carlos Williams: Si bailo en mi recámara, desnudo frente a un espejo, agitando una camisa sobre mi cabeza, admirando mis caderas, mis flancos, mis nalgas, ¿quién diría que estoy solo? Nací solo y tanto mejor: ¿quién se atrevería a decir que yo no soy el genio benéfico de mi hogar?

Nosotros no nos acabamos en un solo pensamiento. Whitman dice: “Do I contradict myself? Very well then I contradict myself (I am large, I contain multitudes)”: ¿Me contradigo a mí mismo? Muy bien, entonces me contradigo (soy vasto, yo contengo multitudes). He ahí una noción harto democrática de la conciencia.

Si usted tuviera que mencionar uno solo de los recuerdos de sus amigos Kerouac, Burroughs, Neal Cassady, ¿cuál sería?

Me acuerdo de haberle dicho a Kerouac, la primera vez que lo vi, que yo quería ser un abogado especializado en derecho laboral. Verá, yo estudiaba derecho. Tenía dieciséis o diecisiete años y él me dijo: “Pero si tú no has trabajado ni un día de tu vida en una fábrica, tú no sabes nada del trabajo. ¿Quién te metió esa idea idealista de sacar a los trabajadores de su miseria, de salvarlos?”. Me di cuenta entonces de que yo no hacía más que repetir como un loro las ideas políticas de mi familia. No tenía pensamiento propio. Me sentí muy avergonzado. Pero esa observación me ayudó, comencé a poner más atención en lo que decía la gente, me atreví a salir de mi concha, de mi sueño dogmático.

¿Fue esa su primera impresión de Kerouac?

No, no fue esa mi primera impresión. Usted me preguntó cuál era mi primer recuerdo de él, y lo que le acabo de decir es lo que me vino a la cabeza espontáneamente.

Bueno, entonces ¿cuál fue su primera impresión de él?

Esa es otra pregunta. ¿Mi primera impresión? Que era muy hermoso, terriblemente viril. Acababa de regresar de un largo viaje por el océano que hizo como marino de la marina mercante durante la guerra; había visto con sus propios ojos el torpedeo de varios barcos y escrito The Sea Is My Brother, libro en el que aparecía una especie de conciencia melancólica. Era también muy tierno, muy gentil conmigo. Tenía una novia, en cuyo departamento vivía. Llevaba puesta una playera y estaba desayunando cuando entré luego de haber tocado la puerta como un perfecto desconocido. A Kerouac le intrigaba saber por qué alguien querría conocerlo. Le dije entonces que yo escribía poesía, y de inmediato él mostró interés. Kerouac me quería bien y yo también; sentí algo por él nada más verlo, mi corazón se aceleró, me encariñé con su persona. Creo que la cosa que teníamos en común es que los dos habíamos leído todas las novelas de Dostoievsky. Yo había idealizado al príncipe Mischkin de El Idiota y Kerouac conocía bien

al personaje. Los dos estábamos de acuerdo en decir que Dostoievsky había intentado describir con ese personaje la más bella figura humana concebible.

¿Y Neal Cassady, el que se convirtió en el héroe de On the Road de Kerouac con el nombre de Dean Moriarty?

Había oído hablar mucho de él por un amigo mutuo de Denver. Me urgía conocerlo y él también a mí. Cuando vino a Nueva York nos encontramos en el West End Bar, cerca de la Universidad de Columbia. Estaba sentado con Kerouac. No tuvimos oportunidad de decirnos mucho más que ¡hola! Él también era muy guapo y parecía tener ganas de platicar conmigo. La segunda vez que nos vimos fuimos de aquí para allá toda la noche con Kerouac y cuando nos dimos cuenta todos los bares estaban cerrados. No sabíamos a dónde ir. Yo vivía en un dormitorio al que no podía llevar a nadie. Así que fuimos a pasar la noche a la casa de un amigo mutuo. Neal y yo tuvimos que compartir una cama. Él me atemorizaba un tanto, pero en cuanto se dio cuenta me rodeó con sus brazos e hicimos el amor. Jamás me lo esperé porque me parecía muy macho, muy masculino. No tenía la menor sospecha de esta especie de ternura.

¿Neal Cassady era bisexual?

Yo no diría eso. La palabra bisexual es un estereotipo, lo mismo que beat. Cassady tuvo centenares de mujeres, Carolyn no se convirtió en su mujer sino mucho más tarde, y muy pocas veces un hombre. Creo que yo fui uno de los pocos hombres con los que se acostó. Y el único con el cual mantuvo una larga relación. Una relación intermitente que duró veinte años.

¿Supo usted desde el principio que era homosexual?

Sí. Bueno, no le había puesto ese nombre antes de los doce años, hasta que leí a Krafft-Ebing.

Como que estaba muy joven para leer a Krafft-Ebing, ¿no?

Yo tenía un tío doctor.

¿Nunca hizo usted el amor con una mujer?

Sí, claro, con mucha frecuencia. Tuve muchas amiguitas entre mis veinte y treinta años.

¿Cuál es la diferencia?

Sería demasiado largo responder a esta pregunta. Es una cuestión de preferencia en los sentimientos. No creo que sea una elección. Me hubiera podido obligar a casarme con una mujer, pero sospecho que eso no la habría hecho muy feliz. Mi corazón no habría estado de verdad ahí.

En el primer poema de Cosmopolitan Greetings usted dice que sus genes…

…y mis cromosomas se enamoran de hombres jóvenes, no de mujeres juveniles. Así es.

¿Piensa usted que es genético?

Pienso que es una mezcla. La idea de que eso se deriva de una sola cosa es simplista, es otro estereotipo mediático. Probablemente se trate de un asunto muy complejo de condicionamiento, de genes y de Dios sabe qué más.

Cuando el sida apareció a comienzos de los años ochenta, ¿qué pensó usted?

Me pregunté si no sería un virus que hubiera escapado de un laboratorio. Y aún me lo pregunto.

¿De veras?

Sí, porque su aparición en Estados Unidos fue muy particular. ¿Por qué la enfermedad no afectaba más que a los homosexuales, mientras que en África golpeaba indistintamente a los dos sexos?

Al principio de su Diario 1952-1962 dice usted no saber cuál es su función en la vida. ¿Siente usted que ya la encontró?

Sí, sí, así lo creo, ahora que tengo 69 años me resulta más claro: ser cándido, franco, sincero. Mostrar en público lo que se encuentra en mi espíritu. Es decir, ofrecer la representación de un espíritu promedio, pero completamente distinto de las falsas representaciones elaboradas por los medios y los gobiernos, así como de la producción masiva de imágenes que propone una visión falsa de los sentimientos y del ser humano. En la medida de lo posible plantear un estándar, una medida del valor humano, diferente de los valores mecánicos, o capitalistas o comunistas, diferente de todos los valores de conveniencia. Ofrecer un ejemplo así, una muestra, frente a la despersonalización y la desensibilización generales.

De hecho…

Todo el mundo posee sentimientos privados. No hay nada más universal. ¿Pero por qué este inmenso océano de emociones y de sentimientos privados está completamente obliterado de la discusión y de las conductas públicas? Es como en la Rusia de Stalin, donde el inmenso terreno de los sentimientos personales estaba reprimido por una policía de Estado autoritaria, que actuaba por terror e intimidación. Aquí en Occidente la intimidación es mucho más sutil, pero existe. En gran medida el sentimiento privado es ignorado. El Estado policiaco es particularmente activo en la represión de conductas privadas.

Volvamos a lo que usted decía acerca de su candor o franqueza. ¿Tiene esto alguna relación con la infancia?

No, se trata de la franqueza de una persona madura, honesta, que conoce su propio espíritu y no se deja engañar por manipulaciones y toda clase de hipnosis. La política, como la publicidad, compete en lo esencial a esa manipulación de los espíritus, a un dominio hipnótico sobre las personas. Por el contrario, la poesía no busca tomar el control de la gente; ella es sinónimo de apertura, dice abiertamente lo que en verdad se piensa sin tratar de vender nada.

Un verso de usted dice: “Notice what you notice”: preste atención a lo que le presta atención.

Así es. Tengo la costumbre de mirar todos los días por esa ventanita de la cocina. Pero un día me doy cuenta que realmente veo a través de esa ventana, que de veras le presto atención a lo que se halla fuera, y entonces tal vez le tome una fotografía. Cada día que pasa me vuelvo más consciente de la ventanita, del patio de abajo, de los cambios de estación.

Y cada mañana, como lo dice en Autumn Leaves, está usted feliz al levantarse y descubrir que aún no es un cadáver.

Sí, feliz de no ser todavía un cadáver.

¿Usted piensa todas las mañanas en la muerte?

Creo que todo el mundo lo hace por lo menos una vez al día. Al envejecer, “uno de cada tres pensamientos será su tumba”; es Shakespeare, La tempestad.

Su poesía mezcla preocupaciones muy íntimas, que atañen a su cuerpo, con las últimas manipulaciones de la CIA.

Sí, no se diferencia de los pensamientos más ordinarios y cotidianos de cualquiera.

Usted no omite nada en absoluto: los detalles de su vida sexual, si tiene malas erecciones o ninguna, etcétera.

Hacer poesía es poner en el papel todo lo que entra en su espíritu. Todo lo que está suficientemente vivo para que lo recuerde. Ese es el motivo por el que yo escribí “Notice what you notice”. Al principio cuando miraba a través de la ventana nada me llamaba la atención hasta que un día vi lo que estaba viendo.

Pero muchos de sus poemas reflejan lo que se puede leer en los diarios.

Todo lo que proviene de los medios, la radio, la tele, también pasa por mi cabeza.

¿Tiene usted tele?

Sí, pero no la veo. Salvo en temporada electoral.

¿Oye música?

Para oír música prefiero salir. Pero sobre todo hago mi propia música. Tengo un pequeño armonio.

¿Y al cine va todavía?

Muy de vez en cuando. Pero me gusta Robert Frank como director. Y Charlie Chaplin, Orson Welles… Me interesó mucho Jean Renoir, La gran ilusión, las películas que hizo con Jean Gabin: Pepe le Moko, Muelle de brumas… Cocteau también, en especial La sangre de un poeta.

¿Cuáles son los poetas franceses contemporáneos que conoció?

Bueno, cuando estuve por primera vez en París conocí muy bien a Tzara, Genet, Michaux, Joyce Mansour. Michaux fue a visitarme varias veces en el cuarto que tenía en París. Vivíamos a una cuadra uno del otro. Con el tiempo, cada vez que regresaba a París nos veíamos. Él me regalaba sus libros y yo le daba los míos. La última vez que estuve en París cené con su viuda. Tuve la oportunidad de conocer también a Duchamp, Benjamin Péret, Philippe Soupault, toda la vieja guardia. Y de

la generación joven a gente como Alain Jouffroy, Gérard-Georges Lemaire, Jean-Jacques Lebel.

¿Y entre los estadounidenses? Tomemos a Charles Bukowski, por ejemplo. A veces se tiende a asociarlo con el movimiento Beat. ¿Lo conocía usted?

En una ocasión dimos una lectura juntos.

¿Le gusta su poesía?

En realidad no.

No es un gran poeta.

Bueno, se trata de un poeta interesante. No diría un gran poeta, no. Tal vez algunos de sus poemas figurarán en una antología de buena poesía, pero no estoy seguro. Era más popular hace algún tiempo, sobre todo en Alemania. Pienso que su obra palidecerá un poco, a pesar de que los alemanes adoren la expresión de ese tipo de sufrimiento crudo.

¿Cuáles son los grandes poetas del pasado con los que conversa mentalmente?

Catulo, Villon, Rimbaud, William Blake, Christopher Smart, Whitman. Cuando era joven, Kerouac y Burroughs, y ahora Trungpa, el lama tibetano cuya enseñanza es para mí poesía.

En “Salutations to Pessoa”, uno de los poemas de Cosmopolitan Greetings, dice usted que cada vez que lee a Pessoa, piensa ser mejor que él.

¡Es una parodia burlesca del estilo de Pessoa! Me meto en su piel. ¿No ha leído usted su famoso poema sobre Walt Whitman: “Saludo a Walt Whitman”? Es un poema en el que dice no sólo soy uno de sus admiradores, loco enamorado de su obra, sino, de hecho, ¡yo soy usted! ¡Usted, Walt Whitman! Y al que diga lo contrario lo dejo noqueado. No importa que parezca un camarón, un hombre de negocios afectado, en realidad yo soy Walt Whitman y aquel que se cruce en mi camino morderá el polvo... Yo hice lo mismo: mi poema es un poema de admiración a Pessoa.

Hay también una alusión a Salman Rushdie en The Charnel Ground.

Bueno, de entrada es mi amigo. Además tenemos el mismo agente. Lo fui a visitar cuando estuvo en Nueva York. Tiene dos ejemplares de mis poemas escogidos, cada uno en un lugar distinto, y los lee. Hemos meditado juntos.

¿Quiere decir como budistas?

Estaba interesado en aprender a practicar, en la técnica, porque tiene mucho tiempo para meditar. El fundamentalismo… Mire, los fundamentalismos islámicos son un espejo de los fundamentalismos estadounidenses que hemos llevado al poder. Tal vez resulten un poco más fanáticos, pero no más criminales. La Guerra del Golfo no provocó menos muertes que todas las que hemos tenido que sufrir a manos de los fundamentalistas musulmanes durante estos últimos años. Se bombardearon ciudades iraquíes cuyos habitantes tenían en promedio dieciséis años. Y todo esto, en cierta forma, se deriva de la política extranjera estadounidense, inglesa y francesa de la época de las concesiones, así como de nuestras manipulaciones en Oriente Medio.

La caída del muro de Berlín, el desplome del comunismo ¿no le hacen sentir que el mundo va un poco mejor?

No, yo estoy de acuerdo con Rimbaud: “¡La ciencia, esa nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo avanza! ¿Por qué no volvería?”. Hemos creado por todas partes monstruos de Frankenstein, del tipo Mobutu. Por todas partes la gente revienta en masa y se muere de hambre. En Estados Unidos los fundamentalistas y los neoconservadores crecen en importancia y toman la delantera. Al ya no poder tomarla con los comunistas, atacan a los negros, a los homosexuales, a los drogadictos. Y la lucha contra la droga es utilizada como una excusa demagógica para crear un Estado policiaco.

¿Vamos de mal en peor? ¿Ya no hay ninguna razón para creer en el progreso?

Pero ¿quién cree todavía en el progreso? Hágale la pregunta a cualquier abuela. Ya nadie cree en esa idea. La idea de que cada hombre en el planeta tendría un día una mujer en cada puerto y un automóvil en su garaje provocaría además la ruina ecológica del planeta.

Usted está muy preocupado por estos problemas ecológicos.

Evidentemente. Ha sido un tema literario para los poetas estadounidenses desde los años cincuenta. Acuérdese de Kerouac: The Earth is an Indian Thing: la Tierra es una cosa indígena.

¿Qué quería decir él con eso?

Que por una especie de ebullición hipertecnológica desde hace tiempo existe un divorcio entre nosotros y nuestro ambiente. En cierto sentido el planeta tiene sida, su sistema inmunológico ya no es capaz de resistir el virus humano. Creo que está claro para todo el mundo. El planeta naufraga. Destruimos por millares los códigos de información contenidos en especies vegetales y animales, mientras los antiguos indios americanos conocían íntimamente las plantas y los animales y vivían una relación equilibrada con ellos. Este es el sentido de “la Tierra es una cosa indígena”.

Duval. Periodista y escritor suizo cuyo ensayo sobre la generación Beat Buk et les beats ha sido premiado y traducido a varios idiomas. Su libro más reciente es la novela L'Année où j'ai appris l'anglais (Ramsay, 2006).

Tomado de Magazine littéraire, marzo de 1996.

Traducción de Alberto Román .

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Maullido

por ALLEN GINSBERG

Yo vi a los mejores gatitos de mi camada abandonados por los humanos, callejeros rebeldes rabiosos,

avanzando por entre la hierba que crece en los patios abandonados, buscando un poco de catnip,

astutos gatos de bigotes plateados ronroneando en el éxtasis de una intoxicación herbal tratando de alcanzar de un gran salto la blanca luna llena que rebota sobre el cielo negro,

quienes se cruzaron en el camino de transeúntes supersticiosos y pasaron despreocupadamente bajo las escaleras de algún lavaventanas,

quienes en la Sociedad Protectora de Animales se agacharon en la ventana esperando que ese lunático vestido de verde mejor se llevara al perico paranoico en vez de a ellos,

quienes corrieron por los túneles del metro perseguidos por hordas de ratas tan grandes como caballos, rinocerontes, hipopótamos; enormes roedores blindados desplazándose ruidosamente por los rieles brillantes como cuchillos sobre callosas pezuñas,

quienes fueron perseguidos por perros enloquecidos en Central Park y se treparon a La Aguja de Cleopatra, usando como pasamanos los jeroglíficos suavizados por la contaminación y al final se sentaron en la parte más alta riéndose de los inútiles canes,

quienes lloraron y se escandalizaron como si fueran alarmas de un coche en los jardines lujosos de las casas de las matronas ricachonas hasta que por fin les daban las sobras en finos platos de porcelana,

quienes se desbarrancaron de una cornisa del Hotel Plaza al tratar de evadir al vigilante del hotel cuando estaban husmeando en las charolas de servicio dentro de los cuartos y cayeron sobre sus patitas después de volar diez pisos, yéndose complemente ilesos; en verdad sucedió, se fueron caminando intactos y su hazaña no mereció ni una foto para el Post ni la portada de la revista Time como animal del año,

quienes atraparon y mataron y realmente se comieron un pichón de la Plaza Herald que sabía a óxido y grasa, y a sobras de pizza y humo de camión,

quienes mordieron a un oficial de control animal en el tobillo y se clavaron en una coladera alcanzando a penas a escapar de terminar sus días en la jaula de un laboratorio en Brookhaven con un collar antipulgas de plutonio,

quienes se colaron a una exposición de arte dadaísta en una galería del Greenwich Village y cenaron cubitos de queso y tomaron Chablis, vino barato, por una semana hasta que el artista se mostró y presuntuosamente declaró que si bien su jarra de escarabajos de agua como la tortuga con el candado en una pata estaban más acorde a su concepción estética pero los susodichos gatos no,

quienes fueron adoptados por un mafioso cuando vagaban en un callejón junto a la pescadería Fulton y vivieron durante un mes en un departamento dúplex con muchos muebles kitch del Boulevard Queens hasta que alguien encontró el cadáver decapitado en la cajuela de un Oldsmobile en el aeropuerto de Newark, y la policía llegó, y la lasagña se acabó,

quienes vivieron felices por un año entero en una librería repleta de ratones en Broadway hasta que un desafortunado lunes fue comprada por la compañía Moloch, una de esas cadenas con muchas sucursales, la cual se dedicó a poner detectores de metales, y posters de Garfield y contrataron a un exterminador de plagas,

quienes se detuvieron a la mitad del Puente de Brookyn preguntando dónde estarían esas arañas que habían tejido esta telaraña de acero, y en lugar de eso vieron a un desquiciado lanzándose torpemente a la aceitosa corriente de Lethe que corre hacia el Bronx, y si bien ningún gato haría eso con todo y su larga vida de ninguna veintena pero sí 10 ó 15 años, que no es exactamente una cadena perpetua, pero sí tendrían que limpiar y secar su precioso pelo de toda esta asquerosidad si llegaran a fallar,

quienes vieron a un gatito de cincuenta metros de alto en un anuncio de la Kodak en Times Square y se alucinaron imaginando a un King Kong Gato marchando por el centro de Manhattan pulverizando a las multitudes con sus garras de dos toneladas,

y quienes poco después vagabundearon por las amargas calles de la ciudad inspirados por el poder del miau, las vocales sagradas, visión del supremo mantra animal, el fenomenal solitario diptongo felino,

y para repetir este sonido canción grito puro misterioso que contiene todas las palabras, frases, discursos, novelas, panfletos, folletos, baladas, epopeyas, libros de texto, archivos, bibliografías, rellenos de alfabetos infinitos de significados insondables,

todo esto muestra al pobre gato callejero, inadaptado, desentonado, y sin dueño, le han dado quién sabe cuántos golpes en la cabeza, con andar sigiloso y gritando a voz en cuello todo lo que los gatos han dicho y seguirán diciendo por toda la eternidad aún después de muertos,

y que reaparecieron nueve vidas más tarde en los falsos calcetines de la fama iluminados por el resplandor de la televisión, y festejaron el desbordante amor de los Estados Unidos por lo mininos tocando “Saludo al Jefe Gato” con el maullido de un saxofón tal que hizo huir a todos los que paseaban a sus perros hasta el último que recoge su popó,

con la indigerible bola de pelos del poema en el corazón, arrojada de sus propios cuerpos sobre el centro absoluto del tapete inmaculado de la vida.

Tomado del libro Poetry for cats. Anthology of Distinguished Feline Verse (Henry Beard compilador. Villard Books. Estados Unidos, 1994).

Traducción de Mary Carmen Sánchez Ambriz / Miguel Ángel Vives.