24.11.07

tres posts rumbo a la FIL

Arranca 21 edición de Feria del Libro de Guadalajara

AP
El Universal
Ciudad de México
Viernes 23 de noviembre de 2007.

Colombia es el país invitado de honor de la 21ra Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que arranca con cientos de actividades que incluyen presentaciones de libros, foros de discusión y espectáculos de música.
Además se espera la presencia de reconocidos escritores, entre ellos el ganador del Premio Juan Rulfo, Fernando del Paso.

El presidente Felipe Calderón tendrá a su cargo el acto oficial de inauguración, se informó el viernes.

El premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Arturo Pérez Reverte, Alvaro Mutis y Elena Poniatowska son algunas de las figuras más destacadas durante la feria, que se extenderá del 24 de noviembre al 2 de diciembre.

Del Paso, nacido en 1935 en Ciudad de México, es uno de los escritores más representativos de la literatura contemporánea de lengua española, declaró el jurado que le otorgó de forma unánime el premio Juan Rulfo.

''Su obra narrativa, que incluye las novelas 'José Trigo' (1966) , 'Palinuro de México' (1977) y 'Noticias del Imperio' (1987) , se ha caracterizado por un creativo trabajo de investigación al mismo tiempo que ha sabido forjar nuevas formas narrativas y experimentar con múltiples recursos literarios'', rezaba el laudo.

Un busto en su honor será develado en la Universidad de Guadalajara, mientras que un grupo de colegas hablará de su obra, en una actividad por separado.

Mutis, de 84 años, también recibirá un homenaje en la ceremonia inaugural de la Feria.

Otros premios que se otorgarán durante la jornada figuran el Tusquets de Novela, el Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce a escritoras hispanas, el ArpaFIL de arquitectura, el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, así como el Reconocimiento al Mérito Editorial, entre otros.

Entre los nuevos escritores colombianos, figura Jorge Franco, autor de ''Rosario Tijeras'', una historia sobre una prostituta y sicaria de las barriadas pobres de Medellín. La obra fue llevada al cine y se convirtió en una de las películas colombianas más taquilleras en la historia del país.

También asistirá Santiago Gamboa, autor de ''El síndrome de Ulises'', que relata los avatares de un grupo de inmigrantes que intentan sobrevivir en París; y William Ospina, con ''Ursúa'', una novela histórica sobre los primeros días de la conquista en Colombia.

Esos escritores se han transformado en una nueva generación de novelistas colombianos que han logrado abrirse camino en el mundo de la literatura sin seguir el estilo literario de veteranos como Mutis, quien recibió el Premio Cervantes en el 2001, o el ''realismo mágico'' de García Márquez.

''El enfoque que va a tener Colombia en México es Colombia diversa'', dijo la ministra de Cultura colombiana Paula Moreno en la presentación de los eventos en Guadalajara en agosto pasado.

La violencia y el narcotráfico son algunos de los temas de actualidad que se discutirán en los foros y mesas de trabajo.

En conmemoración del centenario de Frida Kahlo y el 50o. aniversario luctuoso de Diego Rivera también se presentarán varios libros en los que se recogen distintos aspectos de sus respectivas vidas y trayectorias artísticas.

Los multipremiados Fonseca y Aterciopelados son algunos de los que prenderán las noches de la Feria, mientras que Julieta Venegas participará de un foro sobre el oficio de escribir canciones.


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Poesía


Darío Jaramillo sostiene acerca de la poesía de su país que resulta tan cierto predicar su auge como su decadencia. Si cabe en ella la íntima y verdadera voz de José Asunción Silva, al lado se escucha la engolada entonación de un Guillermo Valencia; si se da la vocación de novedades de Luis Vidales o León de Greiff, también las pretensiones retrógradas de los integrantes de La Gruta Simbólica, que predicaban el regreso a una veta ultraortodoxa; si aparecen los nombres únicos y extremadamente originales de Luis Carlos López, Aurelio Arturo, Gaitán Durán, Carlos Obregón, Gómez Jattin, Giovanni Quessep o William Ospina, a la vez es fácil rastrear la tendencia a la escritura coyuntural, a la expresión medianamente correcta, la pulcritud sin riesgos o la enunciación sin sorpresas ante la que el propio Darío Jaramillo pediría la reducción higiénica de ese hinchado patrimonio.

Esta pareja, éxito y fracaso, se simultanea en un territorio donde la poesía empieza por tener que desmentir la contingencia de su ser, su condición de lujo superfluo en medio de la barbarie cotidiana. El Bogotazo de 1948pasó casi desapercibido a una producción lírica que demostraba así su secular distancia con lo real. En un mundo desequilibrado, cruel y extremoso, el poema podría tomarse por una actividad minoritaria y evasiva, pero paradójicamente aparecía presente en la vida civil y en sus variantes más encomiásticas o banales, cuando se elegía un presidente, se celebraba un bautizo o se coronaba una nueva miss Colombia. Los jóvenes poetas, bien entrado el XX, seguían ganando ese vestigio fosilizado del XIX que son los juegos florales y corrían el riesgo de caer en la denunciada "bardolatría" que Eduardo Carranza juzgaba el peor mal poético. La lista de poetas elevados a la notoriedad del senado, la presidencia, la magistratura, hacía verdadero el dictamen de otro escritor presidente, Alberto Lleras, que consideraba condición inexcusable para ocupar el poder alcanzarlo por una escalera de alejandrinos.

Los errores poéticos, junto a los hallazgos, se cometen en Colombia de una manera tan palpable que José Martí la tenía por un precipitado ejemplar de todo lo peor y lo mejor en la lírica de América: una especie de calco representativo, paradigma de trayectorias comunes, valioso por el alto grado de visibilidad con que podían observarse a su través los problemas habituales de la poesía en español. Así, el éxito continental del modernismo es apoteósico en Colombia, que lo adopta como estilo patrio y lo preserva más allá de lo recomendable. En contrapartida, el conservadurismo de este país le permitirá organizar tácticas de resistencia hacia los ismos del veinte, que resultan modélicas en el estudio de la neutralización receptora de estéticas disidentes: en ninguna parte la hipocresía reaccionaria se las apañó tan bien para reducir a chiste y payasada sin consecuencias la provocación vanguardista. Y el dilema entre cosmopolitismo y autoctonía que dividirá en "metecos" o "vernáculos" a todos los poetas americanos, en Colombia se vivirá en términos definitivos de traición y patriotismo, con ejemplos intelectuales de universalidad inteligente y, a la vez, episodios del papanatismo extranjerizante.

Sorteando esas desmesuras, la poesía colombiana también serviría para caracterizar cumplidamente dos tonalidades fecundas en la escritura contemporánea: en ella cuaja como en ninguna otra el poema de la errancia, del sentimiento actual de la diáspora, y se construye verazmente el poema del desencanto de los poemas. Lo primero se observa de la mano del grupo Mito y de figuras tan subrayables como Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Rogelio Echevarría o Fernando Charry Lara. Y lo segundo, por parte de la llamada generación desencantada o generación sin nombre, integrada desde posiciones muy divergentes por Elkin Restrepo, Juan Gustavo Cobo Borda, María Mercedes Carranza, Juan Manuel Roca, José Manuel Arango o Darío Jaramillo. Con la ayuda de ambos grupos y la participación desigual de los dadaístas Jaime Jaramillo Escobar o Mario Rivero, la poesía colombiana alcanza el más importante de los rasgos modernizadores, aquella desverbalización de la retórica que reclamara uno de sus polémicos críticos. Gutiérrez Girardot exigía la simplificación ontológica de la palabra, cierta tarea dificilísima de sustancialidad y esencialidad del discurso que a los poetas venideros les tocará aquilatar.

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Esperanza López Parada es crítica.
Tomado de http://www.elpais.com/articulo/semana/Poesia/elpepuculbab/20071124elpbabese_16/Tes/

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Intruso en la feria

En Francfort, "los lectores están prohibidos". Madrid es "un mercado de pulgas". Entre ambos extremos, la FIL es "casi un paraíso".

Jorge Volpi

1 Haz patria.
Pocas condiciones resultan menos envidiables que ser nativo de la ciudad de México en Guadalajara. La fama de los chilangos -un despectivo que los capitalinos o defeños toleramos con resignación- resulta merecida: somos arrogantes, centralistas y, por si fuera poco, estamos convencidos de que apenas hay arte fuera del Distrito Federal. Frente a tan torpe idea, cada noviembre el centro cultural del país se traslada a nuestra eterna rival. Durante los nueve días que dura la Feria Internacional del Libro, Guadalajara se ve invadida por una plaga atroz: cientos de escritores, periodistas, editores y turistas chilangos se instalan en la ciudad tapatía como si fuera suya. Desde hace más de diez años, yo formo parte de esa plaga. Viajo cada noviembre a la FIL. Me siento como en casa. Compruebo, al visitar museos y galerías, al leer revistas como Luvina, al comprobar la vitalidad de sus novelistas, poetas, periodistas y grupos de rock, o al recordar que Guillermo del Toro o los caricaturistas Jis, Trino y Falcón son de allí, que el centro de la cultura nacional no está, por supuesto, en mi tierra. Y entonces trato de ocultar, sin éxito, mi origen. Con suprema malicia, los editores de Babelia me han pedido un texto donde explique al lector extranjero qué significa visitar la feria y visitar Guadalajara. Supongo que lo han hecho para que me linchen. Ya lo anuncian algunas pintas: "Haz patria, mata un chilango".

2 Los demasiados libros.
Los escritores tenemos nuestro infierno: la Feria del Libro de Francfort. Pocas experiencias tan angustiantes como asistir -por error- a ese gigantesco laberinto. Libros en todas las lenguas, de todos los temas, de todos los colores, de todos los tamaños. Y, para colmo, miles de "profesionales", los auténticos convidados a la fiesta: editores, agentes, publicistas, scouts. En Francfort, los lectores están prohibidos (sólo se permite mirar los libros desde lejos) y los escritores son bichos raros: a veces asiste el próximo Nobel, el ganador del Premio de los Libreros, la cohorte literaria del país -o cultura- invitados cada año y algún novelista o poeta despistado. ¿A qué? A sufrir frente a lo que Gabriel Zaid llama los demasiados libros. La literatura allí es lo de menos; importan los negocios, las citas cada veinte minutos y las copas por la noche. Lo mejor que autores y lectores pueden hacer en Francfort es huir. La Feria del Libro de Madrid es el caso inverso: un mercado de pulgas literario, con cientos de casetas esparcidas bajo el sol calcinante del Retiro, donde escritores enjaulados deben dedicar (o intentar dedicar) sus libros a los paseantes como si fuesen espinacas en oferta.

En medio de estos extremos, la FIL de Guadalajara es casi el paraíso: un espacio enorme pero abarcable, bien ventilado, abarrotado de lectores y escritores, por más que también haya un número cada vez mayor de profesionales. Por una vez la publicidad acierta: el ambiente es festivo tanto para los ociosos como para quienes acuden a trabajar. La labor desarrollada a lo largo de estos 21 años por la Universidad de Guadalajara -y en especial por Raúl Padilla, presidente de la feria, y sus sucesivas directoras- es ejemplar: hacer que la ciudad se convierta por unos días en el centro de la lengua española (y aun de otras)-. Y más: un foro para la discusión intelectual, un acicate para la crítica, un escaparate del pensamiento, un refugio para las artes. No lo digo para que me perdonen por ser chilango: la FIL es un ejemplo para la ciudad de México y para todo el país.

3 El Veracruz.
Hay un rito que se repite cada año: una vez concluido el primer fin de semana de la feria, el más intenso, con la entrega del Premio FIL -antes Juan Rulfo- y decenas de actividades, editores, escritores y lectores se congregan a bailar salsa en El Veracruz. No es extraño observar en la pista los sorprendentes giros de Carlos Fuentes y Silvia Lemus o las piruetas del incombustible Alberto Ruy Sánchez, mientras en las mesas adyacentes departen Saramago, García Márquez y los sorprendidos escritores extranjeros invitados a la feria (aunque me temo que este año la delegación colombiana arrasará en la pista). Ya por eso vale la pena asistir.

4 En un llano.
Como soy chilango y busco congraciarme con los tapatíos, no pienso hablar del tequila, de las artesanías de Tonalá y Tlaquepaque, de los mariachis o de las tortas ahogadas (un bocadillo cubierto con una espesa salsa picante que ha de comerse con las manos: nota para los turistas de lo exótico). En vez de ello, me permitiré insistir en la muy sana rivalidad que existe entre Guadalajara y mi ciudad, no muy distinta de la que enfrenta a Madrid con Barcelona, jalonada asimismo por la guerra entre dos equipos de fútbol: las Chivas y el América. Doy sólo un par de ejemplos en las artes plásticas: los sombríos y dionisiacos murales de José Clemente Orozco en el fastuoso Hospicio Cabañas son una genial contrapartida a los luminosos y apolíneos frescos de Diego Rivera en el Palacio Nacional. Más cerca de nosotros, Jorge Vergara, dueño del conglomerado Omnilife -y de las Chivas-, acaba de inaugurar un enorme espacio en Guadalajara para su colección de arte contemporáneo, La Planta, que reúne obras de Gabriel Orozco, Francis Alÿs, Carlos Amorales, Maurizio Cattelan y Tom Friedman, entre muchos otros, el cual representa una sólida contrapartida a la espléndida colección que Eugenio López, dueño de la Colección Jumex, alberga cerca de la capital.

5 El rebaño sagrado.
Aunque nos pese a los chilangos, la literatura mexicana es jalisciense: Agustín Yánez, Juan Rulfo y Juan José Arreola bastan para demostrarlo. Eso sí, tarde o temprano los tres terminaron por mudarse a la ciudad de México. Este año, la feria ha premiado un caso inédito: un escritor de la ciudad de México trasladado a Guadalajara, Fernando del Paso, actual director de la Biblioteca Octavio Paz. Sus tres grandes novelas, José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio, demuestran que es uno de los autores más importantes de nuestra lengua (en mi opinión también merecería el Cervantes). Un pretexto inmejorable para la reconciliación entre las dos ciudades: los libros.

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Jorge Volpi (Ciudad de México, 1968) es autor de libros como En busca de Klingsor y No será la tierra.