25.5.07

Salir a pescar*

Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que cruzaba por la cabeza de Eduardo Becerra al seleccionar un grupo tan disímil como el que compone a los integrantes de la primera generación del máster de edición UAM-Edelvives.

Quizá Eduardo estaba enfrascado en uno de esos días de hiperactividad en los que sus pasos aran una y otra vez los pasillos de la facultad de filosofía y letras. O tal vez se encontraba haciendo los deberes del hogar cuando una luz lo iluminó y movido por su influjo algo le dijo que el mar se había rendido ante sus redes. No lo sé, el caso es que él reunió a los calamares en una cesta.

Él sabía que para cocinar se necesitaban medios así que buscó recursos, y en el camino encontró la complicidad de otros cocineros –José Manuel Gómez Luque, Virginia Rodríguez, Carlos Agudo, Fernando Agresta- entonces realizó la compra. Comparó tiempos, precios, oportunidades, ideó el platillo y su modo de preparación. Una vez colocados los insumos en la despensa y los calamares en el refrigerador inició la receta.

Con el miedo y la ilusión de quien adquiere un billete de la lotería de la navidad los ingredientes se fueron combinando; entonces los calamares saltaron del horno del aula a la nevera del taller, de la nevera del taller al horno del aula y viceversa.

Es importante decir que sin afán de protagonismo y casi camuflada como alumna Virginia fue quien llevó sobre sus hombros la preparación del menú, ella asumió el papel de cuidar de la comida. Y cuando hubo que salir a pedir explicaciones y solucionar conflictos sobre un prólogo que faltaba, o bien sobre un ingrediente de cefalópodos y mariscos que pretendía cubrir la membrana de los calamares, ella trató de solucionarlo.

Mientras el mundo seguía su curso normal, personas cercanas se alejaban para siempre, en la cocina, las horas de conferencias seguían, hubo risas, encabronamientos, bostezos y recesos donde el tabaco era oxigeno que ayudaba a contener la tinta, que dicho sea de paso, en muchas ocasiones estuvo a punto de vencer su fecha de caducidad, pero siempre ocurría algo que salvaba el destino del platillo.

Después hubo que preparar la mantelería para la comida, pensar en el cóctel, y esperar al platillo como un mileurista espera el fin de mes. Ahora es complicado saber cuál será el destino de los calamares. Y a pesar de que es fácil señalar los errores, es complicado aún cuantificar el resultado de la receta, pero por el momento, la mesa está servida.

*El presente texto fue escrito para la presentación del sello editorial “La tinta del calamar” efectuada en la Universidad Autónoma de Madrid el pasado 24 de mayo de 2007.