13.1.14

130114

"Pero yo no sabía nada de lo que estaba diciendo, ni de a quien tenía delante, porque estabas tú aquella noche larga de novecientos, o del dos mil, tú y los tesoros, tú y todas las torres, tú y todos los jazmines, y yo estaba tan bebido, y estaba deseando, y vi a aquella niña de veinticinco años y sólo pensaba en tocarle la cara y estuve toda la noche despidiéndome para poderla besar, porque el que se despide puede besar a las princesas, y cuando la besaba le acariciaba la cara y le decía cuídate mucho, cuídate mucho porque nunca nos volveremos a ver y ella no entendía nada y me miraba con una cara enorme de pena y de amor, pena y amor al mismo tiempo, pero no me iba y volvía a entrar en la casa y pedía más bebida y allí estaban varias personas visibles, y estabas tú, invisible, quemándome, bajo un espejo enorme, y cuando veo tu reino, este mundo inmenso, este acertijo, las carreteras, los árboles, los coches, las motos, las nubes, las ambulancias, las miles de ciudades y sus hombres dentro, y los niños, y los perros, y los trenes, cuando todo eso pasa a mi sangre me vuelvo loco, y tengo que beber mucho, mucho, mucho, copas a miles para poder soportar tanto amor a las cosas, a los cuerpos milenarios, a las posibilidades milenarias, y entonces quiero volver a acariciar a esa niña y ella no me entiende, piensa que sólo soy un ilustre borracho, o una santidad monstruosa, y ojalá así fuera, ojalá así fuera, y ojalá así fuera,..." 
Manuel Vilas