22.11.12

jueves


En la orilla de la línea que separa este momento y la vida que sonríe como la muerte, el único capaz de observar sin remordimiento es el gallo, quien canta a ambas con la misma templanza con que el sol incendia el horizonte. Las parejas del gallo lo saben, por eso, cada mañana, para proteger las esferas fruto de su diminuto cuerpo, atacan con aquello que dios les ha otorgado como arma. Cuando son servidos los desayunos americanos en los restaurantes, el aire debería de estar impregnado de oraciones de agradecimiento porque el creador de las gallinas les dio picos y no Kaláshnikov*. Tal vez por eso son pesados los nuevos días; no por ser un monumento a la existencia, si no por recordar que la cuenta del calendario no se detiene. 













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*idea de Ramón Egea.