5.12.09

Inagotable Kafka

Franz Kafka acarrea tan nutrida bibliografía sobre su nombre que orientarse en esa vastedad requiere una paciencia colosal. Hasta no hace mucho, de Kafka se destacaba -por encima de cualquier otra apreciación- su desamparo, fragilidad y aflicción, el retrato grisáceo de un ciudadano aplastado por la autoridad de su padre, aturdido en un trabajo de oficina que lo consumía, doblegado por el pánico sexual, incapaz de liberarse de sus propios tormentos y aprisionado en una ciudad (Praga) que, dada su condición de judío, le impedía llevar la existencia acorde que todo hombre merece. Y, aun así, dotado de un asombroso genio literario, responsable de algunos de los relatos más fecundos que se han incorporado en el último siglo a la memoria colectiva. Todo esto, referido al hombre que fue Kafka, es verdadero, pero también es restrictivo. Kafka es más misterioso, quiero decir, más inagotable que la silueta de ciudadano afrentado por el fracaso que se ha mineralizado como patrimonio común. Todo el mundo sabe quién es Kafka, o sabe -aunque no lo haya leído- qué significa "kafkiano", lo que supone saber -y no es poco saberlo- que la realidad contiene la perturbadora dimensión que divulga ese adjetivo. No obstante, Kafka es menos kafkiano que sus personales, pese al empeño de tantos bienintencionados exégetas, empezando por el diligente Max Brod, para quien el autor de La condena era más un santo que un fabulador, aunque nunca dejaremos de agradecerle que se ocupara de preservar y dar a luz la obra inédita de su amigo, muy superior a la publicada en vida de Kafka.

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