6.9.09

Por qué Platón desterró a los artistas


La refutación de Murdoch no es nueva, pero sí teñida de sentido común y emoción erudita.
  • 2009-09-05•Antesala (Suplemento Laberinto de Milenio)

El viejo y desengañado filósofo detestaba a quienes podrían haber sido sus colegas: no sólo eran pedantes, mezquinos y envidiosos, sino que habían convertido el arte en un virus, que agravaba la enfermedad de aquella sociedad agónica. Se alegró de haber quemado sus propias precoces tragedias e ideó alguna forma tajante de expulsarlos de la República. Y ese gesto se convirtió en un motivo fundamental de la querella entre las soberanías estética y moral. Iris Murdoch (1919-1999), la célebre novelista y filósofa, escribió en El fuego y el sol (FCE, 1982) una memorable restitución y refutación de esta postura platónica. Aunque su actitud hacia el arte es cambiante, para Platón el artista se opone a la labor de desbroce de la filosofía, y mientras el filósofo discierne la verdad, el artista retrata sombras. Para Platón en el arte todo se vuelve relativo y el artista mismo suele ser falaz y propenso a la debilidad moral. Por lo demás, el artista amenaza la estabilidad social: sus tramas truculentas falsean la religión y debilitan la cohesión, en particular la comedia con su representación de todos los defectos humanos y su celebración del acto brutal y degradante de la risa. El arte, pues, se sumerge en el mal y conforma una espiritualidad hechiza que obstaculiza la superación del hombre.

La refutación de Murdoch no es nueva, pero sí teñida de sentido común y emoción erudita. La actitud platónica hacia el arte —dice— está lejos de ser rudimentaria y se entiende perfectamente dentro de su contexto histórico y filosófico. Además, el escepticismo platónico hacia el arte reaparece periódicamente, y no sólo en primitivos tiranos, sino en figuras de primer orden (Tolstoi, Kierkegaard, Wittgenstein, por mencionar algunos). Cierto, no es fácil disociar totalmente el ámbito estético de la moral y puede entenderse la angustia y disgusto de algunos espíritus ante un arte que parece apuntalar la decadencia. Si se atiende a la conocida figura del verdugo nazi que de día cumplía imperturbable su deber y por la noche se conmovía hasta las lágrimas con la música clásica, es inevitable albergar dudas sobre la capacidad del arte para formar en el bien. Igualmente, si se conoce a ciertos artistas es factible que no dejen la mejor impresión de afabilidad y nobleza. Por lo demás, es posible ser bueno y justo, sin un gusto artístico refinado. Resulta fácil entonces decepcionarse de la actividad artística como formación ética y del artista como figura moral. Quizá, como lo apunta Murdoch, el problema radica en las expectativas irrealistas en torno al poder formativo del arte: si bien Platón se sentía preocupado por lo corrosivo del arte, en esta libertad radica su potencial para convertirse no en una normativa o un ejemplo incontestable, sino en un espacio de reflexión. La posibilidad del arte no radica en la enseñanza del bien, sino en la oportunidad de aprender del dolor y del mal, en eso misterioso hacia lo que apunta y que tiene que ver con las más secretas ambivalencias y contradicciones humanas.

Armando González Torres • agonzale79@yahoo.com.mx