29.10.06

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Varado

La soledad de las salas de espera es tan profunda como el centro del océano. Ahí, en medio de la nada coinciden las almas. Instante tras instante la pelea por la sobrevivencia al dolor se hace más aguda. Entonces, lagrimas corren, silencios como lápidas se convierten en polaroids que se alojarán en la memoria. Y al final, el tiempo arrasa.

Enrique Vila-Matas decía que la nostalgia sólo funciona cuando se considera como nostalgia, por lo tanto, los sentimientos, cualesquiera que sean, sólo se alimentan en cuanto se piensa en ellos no como una condición, sino como un objeto que nutre a la esencia del hombre.

Ahora mismo, al escribir esto, después de doce horas de vuelo, dos días de dormir en aeropuertos, con la espalda molida y el seso atolondrado por el jet lag, sólo atino a pensar que la materia prima de la que se sostienen mis huesos no es más que la nostalgia por estar en una ciudad que pensaba inmensa. Horas han de transcurrir antes de que algún grado de conciencia aterrice para regresarme a la cordura, y entonces iniciaré el camino a la comprensión de lo que ocurre afuera.

Al respecto un aforismo de Georg Christoph Lichtenberg dice: “Resulta difícil precisar cómo hemos accedido a los conceptos que ahora poseemos.
Nadie, o muy poca gente, podrá decir cuándo oyó nombrar por primera vez al señor von Leibniz; mucho más difícil será aún precisar cuándo accedimos por vez primera a la idea de que todos los hombres tienen que morir, no habrá sido tan pronto como se podría pensar. Si tan difícil resulta precisar el origen de las cosas que ocurren en nuestro interior, ¿qué pasaría si quisiéramos intentar algo parecido con las que se hallan fuera de nosotros?”

Sin embargo en estos tiempos no nos detenemos para pensar en casi nada, y mucho menos en la esencia de las cosas, permaneciendo yertos dejamos que las situaciones transcurran como una marejada que nos empapa de inmediatez. Es como diría “Daniel” el personaje de Houllebecq en “La posibilidad de una Isla”: “en la realidad contemporánea quedaba tan poco que observar: habíamos simplificado tanto, aligerado tanto, roto tantas barreras, destrozado tantos tabúes, tantas esperanzas equivocadas, tantas aspiraciones falsas; realmente quedaba tan poco…”

Así, al pensar en que es lo que ocurre en las salas de espera es necesario regresar a la analogía que nos devuelve a entender que la batalla que se gesta en esos espacios es la misma que se combate en el interior de los seres humanos, o acaso no nos encontramos varados en este mundo cómo en una sala de espera infinita.