Último poema para la Mounstra
Ramses Salanueva Rodríguez.
Sólo son nuestras, las mujeres que nos han abandonado.
Jorge Luis Borges
He permanecido yerto ante la posibilidad de la noche.
En espera de que algo como tu nombre ocurra para testificarlo.
Ya siento mis raíces, inermes ante la certeza del infinito.
Y ya nadie pasa por aquí...
Desde la primer negrura del crepúsculo.
Te contemplo.
Como un niño que se aleja de tu mano.
Y llora porque se sabe perdido.
Recuerdo que te amaba. Todos los días.
Muy de mañana encendía teas de sándalo.
Preconizaba tu cuerpo y doblaban los címbalos por ti al alba.
Había un demonio rondándote...
Pero algo sucedió en la aldea. Ocurrieron eclipses aislados.
A veces eras la luz. De las tinieblas más hondas.
Otras tantas, una nube.
Gris yacía sobre tu casa. Mientras las olas retrocedían. Tierra adentro.
Las mañanas terminaron en tránsfuga con los acontecimientos.
Sé que no fue la mejor de las mareas.
Si acaso hubo que recurrir a la recuperación, de las mismas anteriores barcas.
Alguien que no era yo, en el umbral de la tempestad, se desplazaba.
Comprendo que es demasiado tarde para recuperar la verticalidad.
Y que jamás te dije suficientes pájaros para resarcir la aurora.
Me parece que todavía quedan evidencias de lo que te predije.
Aún no termina de llegar, el silencio a colmar la noche.
Te dije: hay una estrella azul que reactiva tu mirada.
Hay una sirena detrás de tu lengua. Y un caballo volando entre tus piernas.
Te lo dije muchas veces, eres la hija del rey Midas.
Todo lo que tocas, se vuelve sólido y brillante.
Alguna vez te tuve, como se tiene en el pecho, a un tigre, imposiblemente dormido.
Conocí todas tus pieles, como un batidor que se obsesiona con la misma presa.
Supe que la luna llena, te causaba la misma apetencia de las lobas.
Y que por eso, en noches desiertas, devorabas hombres.
Si en algo corresponde, acepto que fue la mejor de mis acechanzas.
Cuando el diablo me pregunte ¿cómo es la bestia que me describís?
Ella tiene la mirada de una paloma perdida en el celeste.
Y su boca suena como el llanto de una amazona ausente.
Ella acostumbra dormir desnuda sobre folios de narcisos.
Ella me mira y me canta y tensa su arco y dispara una saeta.
Y su grupa tiembla mientras galopa sobre el viento.
Y yo la veo venir, como se mira por primera vez, el sol ardiendo.
No voy esperar más la siguiente ola.
Me iré a pique con la próxima marea.
Si alguna gaviota me recuerda.
Habré llegado al fondo.